No me caracteriza mi facilidad para adaptarme a situaciones nuevas. Soy mujer de costrumbes, aunque esas costumbres sean sólo mías y caóticas. Quizá otro día le dedique un post a este tema.
El caso es que en mi caos necesito un orden. Porque valoro mucho lo que tengo, cuando lo tengo y cuando no lo tengo.
La salud. Me inunda la rabia cuando me invade un simple catarro… ¿Cómo un virus tan «simple», te puede inhabilitar tanto? No me imagino problemas graves… Toquemos madera.
El dinero. Sin faltarme, muchas veces me pregunto que, tiene que ser la hostia tener «la vida resuelta», ¿no? Ya sabéis, como los ricos, los de verdad.
El agua. ¿Alguna vez habéis pasado sed? Pero no hablo de un: —¡Ay qué sed tengo! ¡No! Hablo de comerte dos bolsas de chucherías, una bolsa de patatas fritas y gusanitos (de los naranjas), en un largo y divertidísimo viaje con mi amiga Ana, y no encontrar una puñetera gasolinera en 200.000 km. (o quizá algunos menos). Os hablo de una sed de la que se te pega la lengua al paladar y «hablaz draro». Una sed que te deja tan cao que no puedes parar de reir. Una sed que te confunde y que hace que te pierdas 50 veces, eligiendo SIEMPRE caminos y/o carreteras, sin gasolineras ni bares… ¡Oye! ¡Ni un «puticlub»!
El silencio. Ay… Esto sí que me desequilibra… Necesito silencio, y cuando lo necesito me molestan hasta las moscas… ¡Qué coño! ¡Las moscas me molestan siempre! El silencio que yo quiero es el auténtico. Ni olas, ni pajaritos, ni leches. Lo que viene siendo SILENCIO puro… Me relaja sólo imaginarlo…
La soledad. Ya os he contado en uno de mis post que soy hija única. https://donboadiyyo.wordpress.com/2014/11/28/cuando-eres-hijo-unico-tu-mundo-es-mucho-mas-pequeno/ No tener hermanos te enseña a disfrutar estando sola. Y cuando eres adulta, ese disfrute se convierte en una necesidad. Confieso que dependiendo del momento y las circunstancias, esa necesidad se puede volver imperiosa. Debe ser este un tema espinoso, pues la soledad no deseada es dolorosa. No os creáis, también la he sufrido, aunque estuvo enmascarada por un dolor mucho mayor.
El amor. Esto sí que es complicado… En mi caso particular, si a mi alrededor no siento amor, me marchito. Me apago. Me debilito. Y enfermo. Así de simple. Es una necesidad vital. Tanto como el respirar.
El pis. Os parecerá gracioso el tema. O no, si alguna vez habéis sentido las urgentes ganas de miccionar y no habéis podido… No creo que os pueda describir la sensación… Me entran sudores fríos, solo de pensarlo.
Yo no buceo, pero mi marido sí, así que en un acto del amor más puro, me enfundé en el traje que debe llevar satanás en sus peores fechorías. En un traje de neopreno. De esta guisa me eché a la mar, en los mares de Zanzíbar… La ida fue espantosa y larga. Como imaginareis, ya ahí, empecé a hacerme pis. El «durante» fue cojonudo también. Yo sola en la barca. 3.000 Zanzibareños alrededor, mi traje de neopreno, un sol de justicia que hacía que el traje fuera en mi cuerpo un tatuaje, más que un traje. También estábamos mi vejiga, llena, cual botija del mesón más alegre, y yo. ¡Quė picores por todo el cuerpo! Pero quedaba LA VUELTA. ¡Ay la vuelta! Fue peor que una pesadilla. A esas alturas tenía por seguro que mi vejiga nunca recuperaría su forma original. Esto fue aderezado por varios buceadores vomitando por doquier a causa del intenso oleaje. Agua para arriba, agua para abajo. En mitad del trayecto, un fulano suplicó que pararan el barco porque se meaba. Atónita me quedé. —¿Quė tú te meas? ¡Ja! Pero ea, que le paran el barco, el tío se saca la «chorra», mea en el mar y continuamos nuestro lindo trayecto. Estoy algo confusa pero creo que le maté y le tiré por la borda, con su pis.
Cuando llegamos a tierra, creedme, no podía andar. Y no, no me podía mear encima, no sé porqué, pero hasta que no llegamos al centro de buceo, previo traqueteo de furgón de 15 minutos, no fui capaz.
Lloré. Cuando conseguí hacer pis, lloré. Y juré no volverme a poner ese p… traje, en la vida.
Disfrutad de todo lo que tenéis, nunca se sabe en que momento se puede perder.
MJ