La sensibilidad de los años

Ay Don Boadi como añoro otros tiempos… Añoro los años en los que mi juventud y mi egoísmo me tenían ensimismada en “mi mundo”. Añoro los años en los que la palabra «añoro» no significaba nada.

Hablo de esos años en los que no existe el peligro, la violencia, el hambre, las injusticias, las guerras, el maltrato. No existe, porque no lo ves.

Tú estás en tu mundo. ¡Y bastante te entretiene ya! No das a basto para resolver y disfrutar de tantas cosas….

Los problemas de tus amigas, ¡en los que hay que estar! Y estás.
Ir de compras con tus amigas.
Hablar con tus amigas. Hay muchos temas “pendientes”…
Dejar de hablar a tus amigas. Y llorar toda la noche.
Sacar adelante tus estudios, estudiando con tus amigas.
Los planes para el fin de semana próximo, con tus amigas.
Las discusiones en casa cuando llegas tarde.
La preparación de las vacaciones con la panda.
Las movidas con tu novio. Y llorar toda la noche.
La mini lorza que no consigues quitarte y te trae por la calle de la amargura.
Tu precaria economía.
Ya ves, un mundo agotador… ¡No cabe, ni nadie, ni nada más!

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Pero el calendario avanza, y la sensibilidad de los años te muestra un mundo diferente. Y de repente te das de narices con el dolor, el peligro, la tristeza, la injusticia. Y lo que antes, aún importándote, no te escocía, ahora te araña provocando un dolor, años atrás, inimaginable.

Sufres por los demás como si fueran de tu familia. Y en los demás incluyo animales y personas, dependiendo de la sensibilidad de cada cual, nos importarán más unos que otros, o quizá ambos.

Para luchar contra la sensibilidad de los años, hay temporadas que la televisión y yo nos damos una tregua. En esa tregua me construyo un mundo ideal. En él, sólo pienso en lo bueno que hay en mi vida. Entierro mis problemas y los de los demás. Respiro en mi burbuja de papel. Es muy fina, maleable y frágil, pero aguanta lo suficiente hasta reponer fuerzas.

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Cuando salgo de mi burbuja, el mundo es de color de rosa y yo estoy cargada de energía. En ese momento, me puedo volver a enfrentar a la sensibildad de los años. Y ahí me veo de nuevo, plantada en el mundo de los adultos. Ese que duele… por la sensibilidad de los años.

Y de nuevo comienza el ciclo del desgaste. Y de nuevo me topo con el mundo doloroso, peligroso, triste e injusto. Y duele. Porque la sensibilidad de los años te enfrenta a la realidad. Pero mi burbuja de papel, fina, maleable y frágil, pero de mil colores, y yo, la engañamos para poder sonreír siempre. ¡Y lo conseguimos!

Y tú, ¿tienes una burbuja?

MJ

Las Nochebuenas de mi infancia…

Es difícil escribir en estas fechas sin que se remuevan los recuerdos… El azar elige para mi los recuerdos de mi niñez. Son recuerdos tan dulces…, tanto, que recordarlos escuece.

En casa siempre celebramos la Nochebuena por encima de cualquier otra festividad. Mis abuelas vivían en dos pueblos de Ávila muy cercanos, asíque, aunque cada año cenábamos en una de las casas, siempre había un rato para ver “a la otra familia».

Las Nochebuenas en casa de la aAbuela Rosariobuela Rosario eran ruido. Ruido de 10 conversaciones distinas. Ruido de risas; ruido de mi tia Lini contando los mejores chistes de mejicános que haya escuchado nunca. Ruido de primas y primas y más primas, bueno sí, y algún primo, corriendo todos por los pasillos de la casa, de la cocina baja a la sala. Teníamos que cenar en salones distintos y por turnos; y es que era imposible, no cabíamos en casa de la abuela Rosario. Nos dividían en tres grupos, los pequeños, los medianos y los mayores… Aunque cada año soñábamos con “el cambio de categoría y mesa”, a la de los mayores no se llegaba nunca, eran de los padres y ¡punto!
Lo mejor de la noche era cuando nos metíamos mis primas y yo en la habitación de la sala a disfrazarnos con las enaguas de mi abuela. ¡Cuántas veces me habré puesto esas enaguas! Blancas, con puntillas y mágicas. Blancas, con puntillas y preciosas, y sí, mágicas, porque tan pronto nos las poníamos, nos hacían sentir como princesas del cuento más dulce. Por supuesto nos llegaban «a los pies», algo fundamental para sentirte princesa.

Las Nochebuenas enAbuelos Tolo y Ángeles casa del abuelo Tolo y la abuela Ángeles, eran calor. Calor de hogar. El calor verdadero que desprendía la gloria, que era una bendición teniendo en cuenta que hablamos del 24 de diciembre, en Ávila. Pero sobre todo, eran el calor de la sonrisa de mi abuela, ¡de esas sonrisas que ilumina una habitación entera! y me quedo corta… El calor de las historias de mi abuelo, historias de sus mil correrías. Historias de pillastre, de buscavidas. Noches de ajetreo de cubiertos y platos; noches de:

–Dame, que yo pongo las servilletas. ¿Cuántos somos?

–17, ¿no?

–¡Qué no puede ser, qué somos impares!

–¡Ah! 18, que no había contado a la tía Rosalía…

–¡Primaaaaaaaaa! ¡Me faltan cucharaaaaaas! ¡Tráeme de la alacena de la cocinaaaaaaaa!

Voces que no dejaban escuchar a nadie el discurso del Rey, algo indispensable en esas noches tan cálidas. Eran noches de “cachar” nueces para hacernos el turrón de pobre. Noches de montañas de cáscaras de nuez y papelillos enroscados de polvorones. Noches de impaciencia mientras los padres nos partían los higos para meter las nueces. Noches de villancicos y bailes. De espumillón y risas. De complicidad. De hogar y familia.

Eran noches felices.

Y aunque lo siguen siendo, cada Nochebuena les recuerdo. Recuerdo a mis abuelos. A mi abuelo Rufo, al que, aunque nunca conocí, imagino como a mi padre… Con su misma voz y sonrisa. A mi abuela Rosario que tantas enseñanzas me dejó. A mi abuela Ángeles, para que su alma noble me acompañe siempre y a mi abuelo Tolo que… ya no me conoce.

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Os deseo a todos una feliz Nochebuena. Y que los recuerdos de tiempos felices no empañen una noche tan especial.

MJ